Venancio
Muñiz miraba y remiraba, se frotaba la cara llena de sudor y seguía intentando
asimilar algo de todo aquello. Ante el tenía decenas de listones con muescas,
un par de pergaminos dibujados y varias tablillas de barro, cubiertas de cera,
en las que apuntaba y borraba. Sobre todo borraba, porque a Venancio Muñiz no
le cuadraba nada de lo que le tenía que cuadrar.
Hacía
muchos meses que Venancio había salido de Astorga. Desde que los maragatos
transportaban los caudales que venían del Nuevo Mundo, estaba asumido que los
arrieros maragatos iban a ir al otro lado del océano para gestionar allí los
portes. Que también los había. Venancio Muñiz, Venan, había salido hacia
América con el primer envío de caballerías de carga. Desde Sevilla a la isla de
Cuba, y de ahí a México, Y allí estaba asentado.
Asentado
era un decir. Bajo la protección del virrey y a las órdenes directas del
gobernador, Venan había conseguido unas caballerizas dignas. Había formado unas
cuadras y garantizado la alimentación de las bestias. Y estaba formando un
cuerpo de arrieros, herreros, guarnicioneros… Ex conquistadores que ya se
habían asentado en aquellas tierras y renunciado a las grandes riquezas. Ahora
ya se conformaban con un trabajo digno.
Los
caballos se habían adaptado considerablemente bien, pastaban, comían e incluso
se empezaban a reproducir. No parecían tener problemas.
Incluso
habían podido elaborar las primeras carretas y diligencias, copia de las que
habían traído de España, pero elaboradas con madera local. Y la admiración de
los indígenas que no entendían ni de caballos ni de ruedas.
Pero
Venan no estaba satisfecho. Venan no era capaz de ordenar y organizar unas
rutas de transporte dignas del nombre de rutas. El primer problema eran las
distancias. Madrid-Ames era la ruta más larga de los maragatos en España
durante los años previos al descubrimiento. Luego pasó a serlo Sevilla-Madrid.
Eran
las distancias usuales, para las que conocía los relevos, los cambios de
caballería, los avituallamientos… Un viaje Sevilla-Madrid o el ya legendario
Madrid-Ames, suponía unas cuatro jornadas. A partir de ahí podías alargarlo
según dispusieras de más o menos carga o de más o menos caballos de refresco.
Pero esos cuatro días eran manejables. Un arriero podía pasar un día sin comer
si iban mal las cosas. O los caballos aguantar doce horas sin beber. Un viaje
de cuatro días te permitía cierto margen de maniobra.
Al
llegar a México, todas sus estrategias se habían ido al traste. Del puerto de
Veracruz hasta la capital México-Tenochtitlan había entre diez y doce días de
viaje. Los viajes los hacían destacamentos militares, veinte hombres que
transportaban lo necesario para el viaje y este era una expedición militar. Y
ahora Venan tenía que transformar esas expediciones militares en rutas de
transporte regular.
Y
no sabía como hacerlo. Tenía caballos, carretas, mercancías y no sabía como
hacerlo. Era un fracaso como arriero. Siendo maragato eso era lo peor que le
podía pasar.
Se
dio cuenta muy pronto que la estrategia del miedo no iba a funcionar allí para
proteger las cargas. Primero porque las cargas eran de un valor incalculable y
segundo porque allí todo daba miedo. No pasaba un día sin que se descubriera un
animal nuevo, un sonido diferente en la selva, una planta que provocaba una
irritación…El medio no era conocido, era una desventaja para todos.
Venan
había dejado de pensar en las distancias y se centró en proteger la carga. Como
llevarla de forma segura. No había población hostil que la quisiera, al menos
en principio, pero si había información, mucha información que transmitir. Era
importante saber quien enviaba la carga y quien era el destinatario. La carga
podía salir del gobernador o del virrey. Incluso de particulares. Y debía ir a
España de forma oficial… Al menos en teoría. Pronto había sido advertido de que
habría envíos extraoficiales, para las arcas privadas de gobernador, del
virrey, de nobles que extendían su poder desde España, de pagos de prebendas y
sobornos al margen de la Hacienda real. Todo eso tenía que ir consignado desde
la salida y saberlo en el puerto de Veracruz para allí tratarlo en forma
adecuada. Y todo eso no podía ir con ninguna marca ni señal llamativa.
Y
allí estaba Venan, con carros y carretas, solo carros y carretas, para poder
organizar aquello.
Sólo
carros y carretas pensó. Y caballos claro.
Una
idea fue abriéndose paso en su cabeza. Venan se levantó de un salto y corrió a
las caballerizas. Allí comprobó los colores de los caballos, las capas. Había
tordos andaluces, alazanes y castaños, había varios con mezclas de colores. Y
había yeguas y caballos suficientes para hacer todas las combinaciones.
Este
pequeño cuento leyenda, este intermedio novelado se contó durante generaciones
entre los maragatos. Sabemos que Venan, Venancio Muñiz, existió y fue el
responsable de la organización de las primeras rutas de transporte de las
Américas. No sabemos si fue o no exactamente como aquí se ha contado. Pero
debió ser algo parecido…
La
cuestión es que Venan llevó la Hermandad a otro nivel. Ya no fue tanto el
proteger las cargas. Venan fue capaz de inventar todo un código de señales que
solo los arrieros maragatos sabían interpretar. Cualquier maragato, al ver
pasar un transporte, podría decir un montón de cosas. De dónde venía, a donde
iba, qué transportaba y por orden de quién.
La
información corría por las Américas y llegaba a España. Y de España volvía.
Todo eran señales legibles para quién sabía el código. El número de caballos,
su disposición y sus colores, el tipo de carro que arrastraban, la vestimenta
del cochero y del postillón... todo, todo tenía un significado para los ojos
del miembro de la Hermandad. Saber quién había caído en desgracia, quien era un
corrupto, quien había ascendido en la sociedad y que se mandaban todos ellos
entre sí dio a la Hermandad un poder enorme. Los miembros de la hermandad se
iban informando unos a otros, iban enseñando a los niños los diferentes códigos
para entrar en el oficio… Toda una tradición oral, nunca escrita, que explicaba
desde cómo se creó la Hermandad hasta que significaba en América un postillón
con el traje típico maragato.
Quedan
restos de estas marcas y señales. Aunque seguramente no lo saben, los gauchos
argentinos se empezaron a vestir con las ropas que veían a los arrieros que
llegaban a la Argentina desde México. Este traje, el traje que hoy conocemos
como gaucho, no es más que una derivación del traje típico maragato. Se
quedaron con el traje pero no con el significado. En México también hay un
triángulo que forman 3 poblaciones: León, Zamora y Salamanca. Un trío que se
usaba para alterar y cambiar rutas sin que entendiera nadie el porqué. Pero es
que a veces los carros que transportaban riquezas (oro sobre todo) debían
descargar algunos kilos por el camino. Por el de León o el de Zamora…
Incluso
en Iowa, en el medio oeste de los Estados Unidos, hay dos poblaciones muy
cercanas llamadas Madrid y Ames. Así señaló el maragato que estuvo allí el
final de la ruta. Nunca se debía ir más allá en los portes. El invierno salvaje
las duras condiciones de la zona impedían hacer rutas más al norte.
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