No quiero que nadie más
consuele a viudas repentinas. Ni quiero que hagan panegíricos de gente a la que
aún le quedaba tanto por vivir. No quiero ver lo bien que crecen tus hijos y no
poder comentarlo contigo.
No quiero que se muera
ninguno más de mis amigos. Porque nunca les he dicho lo que les quiero. Y la
falta que me hacen. Porque aún me quedan muchas llamadas que hacer. Porque aún
tengo muchas dudas que resolver.
Y ahora, si ya no estás tú,
siempre nos va a faltar una opinión. Moderada y distante. A veces fría, a veces
muy lúcida.
Una vez cuando yo tenía
dudas sobre algo de lo que estaba haciendo con mis hijos, cortaste diciendo “Lo
mejor para los hijos siempre es lo que deciden los padres, que son los que más
les quieren”. Nunca te dije la de veces que use esa frase para tranquilizarme.
Nunca más vamos a volver a
estar todos juntos. Ya nadie sabrá de música clásica. Ni defenderá conmigo a
Javier Marías. Ya no intercambiaré Podcast con nadie. Ni nos enseñaremos las
plumas de nuestra colección.
“Ni se te ocurra cambiar el
embrague del coche”. También tenías razón, han pasado dos años y el coche
funciona perfectamente.
Sin
ti seremos menos sabios. Intentaremos ser igual de alegres. Pero, por favor,
que no se muera ninguno más de mis amigos. Que aún no nos toca.