J es un auténtico empresario cabrón. De los de toda la vida. Se monto la empresa desde la nada y luego se transformó en un déspota. Siempre cumple la ley, eso si. Pero ni una coma más allá. No permite que se falte al curro ni un minuto sin justificar, no paga ni un céntimo más de lo que manda el convenio. Gana un pastón, reinvierte lo que no necesita para vivir a cuerpo de rey. En su empresa están contados hasta los bolis, aunque él como con champán francés.
J tenía un amigo, más bien un conocido. No se si se conocieron en una concentración de Porches o de dueños de Harley o en el club de golf. Pero tenían algo así como una amistad. Su amigo era P, no era empresario. Era un superejecutivo, con un sueldazo como para codearse con lo más rico de la sociedad capitalista.
Al amigo P le tocó pagar la crisis. Se vio en la calle a las primeras de cambio. Se imagino que le lloverían las ofertas, no fue así. Nadie llamaba y el tiempo pasaba. Llegaron a pasar los dos años de cobertura máxima del paro. Y se vio sin nada. Sin ningún ingreso en casa.
Entonces llamó a su “algo así como amigo” J y le contó la situación. La empresa de J seguía bien. La mano de hierro en el timón se veía que controlaba el tema, y la empresa funcionaba. J no tenía forma humana de aprovechar a P para nada. En su empresa no había marketing ni superejecutivos ni nada de eso. Pero le hizo un contrato en Régimen General de la Seguridad Social. Le puso una mesa y un ordenador. Y le dijo que estudiara, a ver si aprendía algo que valiera para la empresa. Le pagaba 1000 euros al mes, un salario de mierda si, pero para el que ha tocado fondo es mucho. Incluso le puso un coche de empresa para que pudiera ir a trabajar, porque había vendido el coche.
Esta historia no es un cuento, ni una anécdota. Es real.
Ahora, a veces, me cuesta recordar que J es un auténtico empresario cabrón.
J tenía un amigo, más bien un conocido. No se si se conocieron en una concentración de Porches o de dueños de Harley o en el club de golf. Pero tenían algo así como una amistad. Su amigo era P, no era empresario. Era un superejecutivo, con un sueldazo como para codearse con lo más rico de la sociedad capitalista.
Al amigo P le tocó pagar la crisis. Se vio en la calle a las primeras de cambio. Se imagino que le lloverían las ofertas, no fue así. Nadie llamaba y el tiempo pasaba. Llegaron a pasar los dos años de cobertura máxima del paro. Y se vio sin nada. Sin ningún ingreso en casa.
Entonces llamó a su “algo así como amigo” J y le contó la situación. La empresa de J seguía bien. La mano de hierro en el timón se veía que controlaba el tema, y la empresa funcionaba. J no tenía forma humana de aprovechar a P para nada. En su empresa no había marketing ni superejecutivos ni nada de eso. Pero le hizo un contrato en Régimen General de la Seguridad Social. Le puso una mesa y un ordenador. Y le dijo que estudiara, a ver si aprendía algo que valiera para la empresa. Le pagaba 1000 euros al mes, un salario de mierda si, pero para el que ha tocado fondo es mucho. Incluso le puso un coche de empresa para que pudiera ir a trabajar, porque había vendido el coche.
Esta historia no es un cuento, ni una anécdota. Es real.
Ahora, a veces, me cuesta recordar que J es un auténtico empresario cabrón.