Tengo alguna
pequeña manía que hace mi vida más entretenida. La de la ropa interior es una
de ellas.
Cualquier
hombre llega un día en que tiene que decidir qué tipo de ropa interior usa. Hoy
hay una variedad alucinante, pero cuando yo llegue a esa edad, sólo había dos
opciones, o los ceñidos UHF (Un Huevo Fuera, más conocidos por slip) o los que
eran más grandes.
Yo elegí los
grandes.
Y busque los
cada vez más grandes. No los tipo “pantalón de deporte” que son una cosa
horrorosa, porque andas y empiezan a trepar por tu muslo hasta hacer un rollo
de tela justo en la ingle, no. Los grandes pero que van ceñidos al muslo. Tipo
pantalón de ciclista.
Y encontré los
que me iban. Y fui feliz. Y me compraba siempre la misma marca y el mismo
modelo de calzoncillos.
De hecho, con
el tiempo, cuando estaba en la universidad, tuve un compi catalán, de la zona
donde hay un montón de fábricas de ropa. Y me fui algún fin de semana a su
casa, y llegué a estar en casa de los dueños de la fábrica de mis calzoncillos.
Conocer a los
que te fabrican los calzoncillos te da una seguridad muy grande en la vida.
Pero con el
tiempo, esos simpáticos empresarios catalanes cerraron la línea de fabricación
de calzoncillos y se dedicaron sólo a la ropa interior de mujer.
Y me
dejaron abandonado.
Comenzó ahí un
largo peregrinaje en busca de marcas, modelos y formas que supuso todo un
calvario. Coincidió además que los fabricantes empezaron a escatimar la tela y
acortar las perneras de los calzoncillos. Así que cada vez era más difícil
encontrar de los míos.
Inciso: Afortunadamente, hoy en día, mis
viajes por el mundo me han permitido comprar ropa en Estados Unidos, donde hay
de todo. Y ahí volví a encontrar calzoncillos hasta la rodilla. Y a ser feliz.
En la empresa
donde curro, los lunes, en la oficina hace un frio del carajo. Tras dos días
sin calefacción, en medio del páramo, hasta bien entrada la mañana, no hay
quien aguante.
Y un día, La
Parienta me regalo unos calzoncillos “marianos”, o sea hasta el tobillo. “Toma,
para que los lunes no pases frio”.
Así, los
calzoncillos largos entraron en mi vida, gracias a La Parienta, como el helado
de turrón y las gafas de sol.
Los
calzoncillos largos fueron un descubrimiento. Te los pones y te
sientes…diferente. Más hombre. Supongo que es lo que sienten las tías cuando se
ponen un conjunto de lencería de la de días especiales (especiales por buenos,
no por malos). Vas por ahí sintiéndote Clint Eastwood, de la misma raza que los
que colonizaron el oeste. Además tiene dos ventajas adicionales. Por un lado
evitas la imagen (reconozcámoslo, penosa) de ese momento en el que te quedas en
calzoncillos y calcetines. Con estos es diferente, la imagen cambia. Y por
otro, si te pones los calcetines por encima de la pernera del calzoncillo, oh
milagro, los calcetines no se caen…
La
pena es el precio, claro, valen un montón más que los otros…