Mi hijo, ya lo
he dicho aquí antes, se apuntó al equipo de balonmano de su colegio. Con los
antecedentes que yo tenía sobre los tíos que se dedicaban a jugar a balonmano,
no me pareció muy buena idea, (un saludo a ECDC), pero bueno, no es cuestión de
discutir si quiere hacer deporte.
Mayormente, mis
obligaciones al respecto se limitaban a organizarme con La Parienta para
recogerlo de los entrenamientos, y llevarlo a los partidos los sábados por la
mañana. Llevarlo a los partido consiste en levantarte pronto, lo cual es jodido
un sábado, dejarlo en su colegio o en otro y irte a buscar un bar.
Generalmente, nuestra ciudad es pequeña, ya sabes de antemano el bar y lo que te vas a tomar. Te lo tomas, un café
un cigarrito y el periódico. Luego recoges al niño, saludas al personal y te
vas a caso dejándole que te cuente sus
películas respecto al partido. El plan no es del todo malo.
Eso si, no es
del todo malo, contando que a nosotros los padres no nos llevaban a los
partidos, te buscabas la vida para ir tú. Faltaría más. Y tampoco iban a verte.
De hecho, alguna vez, mi hijo se quejaba de que yo no iba a verle a los
partidos. Pero le deje muy claro cuales eran mis obligaciones y
responsabilidades… y la frágil línea que había entre no ir a verle y ni
siquiera llevarle…
Pero el otro
día hubo una alteración sustancial al plan. Primero hubo que madrugar mucho
para el partido. Eso jode. Y luego yo no tenía el estómago para mucho almuerzo.
Me había sentado la cena regular, así que desayune un zumo y punto. No me
apetecía más.
Y claro. No
sabía que hacer durante el partido. Así que me quede a verlo.
Después de la
sorpresa inicial, sobre todo de mi hijo, y explicando los motivos de mi presencia, los
otros padres (fanáticos del deporte en general y del de sus hijos en
particular) me iban explicando las jugadas, diciéndome lo que pitaba el
arbitro…En un momento dado se indignaron porque hubo una falta y el arbitro no
la pitó.
-“Pues
decírselo”, dije yo, “¿o es que os da vergüenza?”
Me miraron
horrorizados, una pandilla de cagados. Así que yo, que tengo una voz grave y
potente, que cuando hablo bajo se me oye en tres metros a la redonda solté un
chorro de voz:
-“¡Que ha sido
falta!”
El grito resonó
en el pabellón. La gente se volvió a mirar. Creo que incluso el árbitro.
Pero yo me
sentí bien, me relajó…me gustó. Fue como desestresante. Al poco, otro padre
experto susurro: “eso ha sido pasos…”. Y yo, aproveche para lanzar otro grito:
-“¡Arbitro, que
ha sido pasos! ¡que no te enteras!”
Joder, aquello
era una gozada. Me vine arriba. A partir de ahí decidí que como me la pelaba la
gente que había allí, que no me conocían y que la semana había sido regular, me
iba a regalar una sesión de “hooliganismo” para relajarme. Los otros padres,
que me vieron en racha, me iban susurrando lo que tenía que gritar. Ellos me
provocaban, yo entraba al trapo…incluso alguna vez tuvieron que pararme “pero
hombre, Gonzalo, que estas protestando un fallo que nos favorece…”
Total que acabé
el partido con la peña mirándome alucinados pero perfectamente relajado de la
semana coñazo del curro. Descubrí lo que puede llevar a la gente a gritar en un
campo de deporte como descosidos. Y es que, sin que implique nada, sin
consecuencias sobre ti, puedes gritar, chillar, rugir…sin ningún problema. Ojo
sin legar a insultar…demasiado. Sales nuevo, mucho más relajado. Pero eso no
fue lo mejor…
Lo mejor fue mi
hijo diciéndome “papá, yo prefiero que
no vengas a verme a los partidos…”