Por diversas circunstancias ayer tenía que cenar con otros tres padres del cole de mis hijos. De la clase de mi hijo concretamente. En principio parecían gente normal con la que incluso puedes hablar aunque no sea de fútbol. Así que no suponía un especial problema, del tema de elegir sitio me encargue yo por si acaso. Les metí una dosis de nuestro querido cocinero favorito: cecina, ensalada, canelones de setas, alcachofas con foie, albóndigas de ciervo, solomillo de corzo y costillas de jabalí. Una cena como las de los amigotes. Ante una cena como esa sabes que tal te va a caer un tío. Si se pone con tonterías de "esto es mucho", "yo prefiero una cena ligerita" o "a mi me gusta la comida más elaborada" vas mal con él. Ahora si al tercer plato, con la mirada turbia por el vino (para bajar la comida), sudoroso y con aspecto de estar al borde del colapso te suelta un "jodo, esto está cojonudo" la noche promete.
Y así fue. Ayer desperté un monstruo. Uno de los padres que parece bastante moderado en sus costumbres se desató. Salimos de allí y decidió hacer (y que hiciéramos) una ronda por los locales de su juventud.
El primero fue un poco desastre. La decoración era la misma de cuando él era joven...con unos años más claro. Incluso la rubia espectacular de la barra era la misma...ahora una venerable ancianita.
Pero en el segundo paso algo extraño. Entró lanzado por delante y pidió copas. Nosotros íbamos mirando alrededor alucinados...
La media de edad nos superaba ampliamente. Ojo que dos de los padres eran de más de 45. Bueno pues aquello que en su época era un antro de jóvenes ¡estaba lleno de abuelos!, como si hubieran soltado una autobús de los del imserso. Abuelas de más de 60 pintadas como puertas, con minifalda y bailando salsa, pechos masculinos asomando por camisas hawaianas...con todas sus canas al aire...
-Tío aquí somos yogurines- soltó uno de los padres.
Y era verdad fue una sensación que me recordó mucho a mi juventud, en la que solíamos andar por bares de gente más mayor que nosotros. Eramos los críos en casi todos los sitios. Ayer nos pasó eso. Lo cual es curioso porque ya no tenemos edad...
De ahí nos fuimos a una sala de las que abren hasta las mil, ahí ya eramos tirando a padres (el de la puerta nos dijo muy amable "hombre, igual cuelan por tíos en vez de padres..."). En ese garito si que pase yo muchas noches de mi juventud. Y había el mismo ambiente, el mismo tipo de gente. Miraba a una pareja que se besaba como te besas de joven, cuando sabes que eso es todo lo que vas a pillar y te demoras rato y rato apretando y casi sin respirar, y empañas los cristales de los portales. Y los miraba y por un momento, no se si por las copas, por el garito de los abuelos o por la abundante ingesta alcohólica, me sentí completa y absolutamente como entonces. Una especie de deja vù de las sensaciones. Y el monstruo desatado viene y me suelta:
-Si alguna vez ves a mi hija así, la separas, sin más explicaciones. Y no te preocupes que yo haré los mismo con la tuya si se da el caso...
Os juro que se me cayeron encima todos los años que tengo. A las cuatro de la mañana.
Y hoy al levantarme los sigo teniendo, aquí en mi cabeza, haciendo bum, bum, bum...