Agonizas.
Tenias que
haber muerto hace unos meses. Te despertaste en la UCI, sondado y con máscara:
-¿No me he
muerto?
-No
-Lástima, que
buena ocasión de morirme.
Si, hubiera
sido una gran ocasión. Pero se te negó esa suerte. Así que ahora agonizas,
durante semanas largas, eternas, te vas deslizando hacia la muerte. Sabes que
vas a morir. Hablamos de ello, de cómo crees que será y de lo que pasará.
Tienes miedo: “al final uno nace y muere sólo”.
Se te hacen
largas las tardes, eternas. Recitas a Machado: “para descansar dormir, no
pensar, no sentir. Para descansar morir”. Esperas la muerte. También recitas,
de memoria el libro de Job. A veces, dos
días a la semana, paso a verte. Y consigo
que me hables y me cuentes historias:
-Cuéntame
cuando Madrid se te quedo pequeño.
Y cuentas, con
una memoria prodigiosa, sucesos de hace más de 60 años. Con fechas, nombres y
apellidos.
-Cuéntame una
imagen de cuando eras pequeño.
Y cuentas como
te escapaste del refugio de pequeño, en la guerra, para subir a la torre del
castillo de tu pueblo y, así, ver a la guardia mora avanzando hacia ti, a
caballo. La mejor partida de moros y cristianos que jugaste nunca.
-Cuéntame tu
viaje preferido.
Y cuentas y te ríes.
Si, te has reído un par de veces.
Otros días no
puedes hablar, escuchas mientras intentas no ahogarte.
Y un día nos
hartamos, los dos, y te cojo con la sonda y la bolsa y todo y te subo al coche
nuevo para dar un paseo.
-¿Y si me
muero?
-¿Qué?
-Tienes razón.
Salimos de
paseo en coche, un par de veces. Te intente llevar a un bar. “Otro día”
dijiste.
Tuviste la
tranquilidad de dejar preparado tu entierro.
Fuiste
trampeando los días. Sobreviviendo y contando historias.
Al final te has
muerto. Porque tenías que morirte ya. Porque ya no aguantabas más. Porque querías
morir.
Coño, papá,
pero aún te faltaba de contar un par de historias más. Te fuiste sin acabarlas.