Aunque ella no se acuerda, antes de ayer hizo 21 años de la primera vez que me dirigió la palabra. Caminaba cuatro pasos delante de mí y sabía que yo iba detrás, de repente se volvió y dijo: “han salido las notas de Biología ¿las has visto?”. Era la primera vez que me dirigía la palabra. Me dejó alucinado que hablara conmigo.
Éramos dos tiernos estudiantes de primero de carrera, aunque de diferentes clases, y la Universidad nos despertaba del letargo del BUP a base de pencos en los primeros parciales de nuestra vida.
A partir de ahí empezamos a saludarnos, coincidimos en alguna clase, en alguna práctica…ella destacaba en un mundo de acomplejados donde todos íbamos de algo: progretas, radicales, niños bien, alternativos…ella tenía su estilo y su personalidad. Por eso destacaba, porque pasaba de todos esos convencionalismos. Era así y punto. Yo no entendía que coño hacía esa tía hablando conmigo. Una persona mucho más madura que los demás, con su propia forma de pensar, sin aborregarse ni dejarse convencer…
Empezamos a hacernos amigos, ella salía con “el chungo de su vida”, y me contaba sus desgracias, yo escuchaba. Cada vez éramos más íntimos y la gente empezó a decir que acabaríamos saliendo. Pues sí. Duro cinco días, fue una experiencia horrorosa, no sabíamos que hacer y nosotros que pasábamos horas en cafés no sabíamos de que hablar.
Así que lo dejamos…pero queríamos seguir siendo amigos. Y lo fuimos. Los mejores. Ella tenía su vida, sus amigas y sus novios, yo iba por mi cuenta. De vez en cuando tomábamos un café, íbamos al cine o a un concierto…hablábamos mucho. La gente (yo el primero) no entendía que había visto en mi. De hecho me gane una cena cuando un tío de la facultad me dijo:
- “Pero ¿tú hablas con esa tía?”
- “Pues si y salimos juntos una temporada”
-“¡Anda ya!, si es la tía más buena de la facultad”
-“Me juego una cena, ves y pregúntale…”
Y la gane.
Para mí era alucinante que le gustara hablar conmigo. De cualquier cosa. De hecho de repente llamaba y decía:
-“Oye hace mucho que no te veo, me han dicho que sales con fulanita ¿es cierto?”
-“Pues…si”
-“¡Que cabrón!, sales con esa solo porque es una guarra”
-“Pero que dices… si es majísima, además tu estas con perenganito, ya me dirás que tienes que ver con ese…”
-“Seguro… ¿tomamos un café?”
Era como si te llamara la Schiffer, ¿tomamos un café?, pues claro. La peña seguía alucinando que le gustara estar conmigo.
Y así seguimos, siendo los mejores amigos que hay. Aunque yo, cuando llego a casa, después de besar a mis hijos (mi hija se llama como ella), la oigo saludarme y sigo alucinado de que este conmigo.
Pese a que llevamos más de diez años casados y tenemos dos hijos.
Éramos dos tiernos estudiantes de primero de carrera, aunque de diferentes clases, y la Universidad nos despertaba del letargo del BUP a base de pencos en los primeros parciales de nuestra vida.
A partir de ahí empezamos a saludarnos, coincidimos en alguna clase, en alguna práctica…ella destacaba en un mundo de acomplejados donde todos íbamos de algo: progretas, radicales, niños bien, alternativos…ella tenía su estilo y su personalidad. Por eso destacaba, porque pasaba de todos esos convencionalismos. Era así y punto. Yo no entendía que coño hacía esa tía hablando conmigo. Una persona mucho más madura que los demás, con su propia forma de pensar, sin aborregarse ni dejarse convencer…
Empezamos a hacernos amigos, ella salía con “el chungo de su vida”, y me contaba sus desgracias, yo escuchaba. Cada vez éramos más íntimos y la gente empezó a decir que acabaríamos saliendo. Pues sí. Duro cinco días, fue una experiencia horrorosa, no sabíamos que hacer y nosotros que pasábamos horas en cafés no sabíamos de que hablar.
Así que lo dejamos…pero queríamos seguir siendo amigos. Y lo fuimos. Los mejores. Ella tenía su vida, sus amigas y sus novios, yo iba por mi cuenta. De vez en cuando tomábamos un café, íbamos al cine o a un concierto…hablábamos mucho. La gente (yo el primero) no entendía que había visto en mi. De hecho me gane una cena cuando un tío de la facultad me dijo:
- “Pero ¿tú hablas con esa tía?”
- “Pues si y salimos juntos una temporada”
-“¡Anda ya!, si es la tía más buena de la facultad”
-“Me juego una cena, ves y pregúntale…”
Y la gane.
Para mí era alucinante que le gustara hablar conmigo. De cualquier cosa. De hecho de repente llamaba y decía:
-“Oye hace mucho que no te veo, me han dicho que sales con fulanita ¿es cierto?”
-“Pues…si”
-“¡Que cabrón!, sales con esa solo porque es una guarra”
-“Pero que dices… si es majísima, además tu estas con perenganito, ya me dirás que tienes que ver con ese…”
-“Seguro… ¿tomamos un café?”
Era como si te llamara la Schiffer, ¿tomamos un café?, pues claro. La peña seguía alucinando que le gustara estar conmigo.
Y así seguimos, siendo los mejores amigos que hay. Aunque yo, cuando llego a casa, después de besar a mis hijos (mi hija se llama como ella), la oigo saludarme y sigo alucinado de que este conmigo.
Pese a que llevamos más de diez años casados y tenemos dos hijos.