Palomera era una ternera de 11 meses de la raza Bruna dels Pirineus Catalans. Mayormente, Palomera, no sabía qué era eso. De hecho casi nadie lo sabía. Palomera era hija de una vaca que era de raza Parda Alpina. Aquí y en la China Popular, que también había. Pero gracias a una sentencia del Tribunal Constitucional, Palomera había pasado a ser de raza Bruna, que es como la Parda Alpina de todo el mundo pero nacida en Cataluña.
A Palomera un día la metieron en un camión y a llevaron a una nave enorme. Dentro de la nave, a Palomera la separaron de sus compañeras. Palomera avanzó, sola y con miedo, hasta una jaula al final de un pasillo. Al entrar en la jaula, Palomera se sintió encerrada de golpe. No sólo eso. Vio, alrededor suyo, sangre y vacas colgando de una pata. Y mugió. Con miedo.
De repente, Palomera noto como dos palos fríos de metal, se deslizaban por su lomo. A los dos lados de su columna. Le pellizcaban y le raspaban la piel. Por si eso fuera poco, una tercera barra, más ancha, le recorrió la tripa. Apretando sus pequeñas ubres contra su tripa y desgarrando la piel en la zona torácica. Palomera tenía los ojos fuera de las órbitas, la boca abierta con la lengua fuera y un miedo atroz.
De repente, las barras que le sujetaban empezaron a girar en el sentido de las agujas del reloj. Palomera perdió pie y empezó a girar en el aire. Braceaba y pataleaba buscando apoyo mientras mugía presa del pánico. Se le dislocó la escápula produciéndole un dolor insoportable. Quedó, después de tres minutos de giro lento, con las patas hacia el cielo. Pero no había acabado su tortura. La parte trasera empezó a levantarse por encima de su cabeza. Su aparato digestivo, caía a presión sobre el diafragma. 40 kilos de tripas le dificultaban respirar. Ya no mugía. Abría la boca desesperada intentando respirar. A duras penas vio un brillante filo que se acercaba a su cuello. Sintió un dolor intenso y noto la sangre, su sangre, que le corría caliente hacia la cara. Justo antes de morir, la sangre le nubló los ojos y le impedía respirar porque le llenaba la boca. Palomera no entendía nada.
Y no se lo hubiera podido explicar nadie. Porque no tiene sentido. En Europa, todo animal que se sacrifica para comer, ha de morir desangrado. Pero para eso, hay que aturdirlo (insensibilizarlo) con un método indoloro y que mantenga el aturdimiento durante todo el desangrado. Pero hay excepciones: el rito kosher de la comunidad judía y el rito halal de algunas comunidades islámicas. Esos ritos están autorizados y no admiten el aturdimiento. El animal ha de morir desangrado y CON sufrimiento. A Palomera le había tocado morir por el rito kosher. Como al 6% de todos los rumiantes que se matan en Cataluña. El rito halal supone un 12% de los rumiantes sacrificados en Cataluña. Si contamos con los que no se aceptan por fallos en el sacrificio, un 20% de los rumiantes que se sacrifican en Cataluña lo hacen en medio de un sufrimiento inconcebible. Uno de cada cinco. Nadie ha protestado frente a esto…
A Palomera un día la metieron en un camión y a llevaron a una nave enorme. Dentro de la nave, a Palomera la separaron de sus compañeras. Palomera avanzó, sola y con miedo, hasta una jaula al final de un pasillo. Al entrar en la jaula, Palomera se sintió encerrada de golpe. No sólo eso. Vio, alrededor suyo, sangre y vacas colgando de una pata. Y mugió. Con miedo.
De repente, Palomera noto como dos palos fríos de metal, se deslizaban por su lomo. A los dos lados de su columna. Le pellizcaban y le raspaban la piel. Por si eso fuera poco, una tercera barra, más ancha, le recorrió la tripa. Apretando sus pequeñas ubres contra su tripa y desgarrando la piel en la zona torácica. Palomera tenía los ojos fuera de las órbitas, la boca abierta con la lengua fuera y un miedo atroz.
De repente, las barras que le sujetaban empezaron a girar en el sentido de las agujas del reloj. Palomera perdió pie y empezó a girar en el aire. Braceaba y pataleaba buscando apoyo mientras mugía presa del pánico. Se le dislocó la escápula produciéndole un dolor insoportable. Quedó, después de tres minutos de giro lento, con las patas hacia el cielo. Pero no había acabado su tortura. La parte trasera empezó a levantarse por encima de su cabeza. Su aparato digestivo, caía a presión sobre el diafragma. 40 kilos de tripas le dificultaban respirar. Ya no mugía. Abría la boca desesperada intentando respirar. A duras penas vio un brillante filo que se acercaba a su cuello. Sintió un dolor intenso y noto la sangre, su sangre, que le corría caliente hacia la cara. Justo antes de morir, la sangre le nubló los ojos y le impedía respirar porque le llenaba la boca. Palomera no entendía nada.
Y no se lo hubiera podido explicar nadie. Porque no tiene sentido. En Europa, todo animal que se sacrifica para comer, ha de morir desangrado. Pero para eso, hay que aturdirlo (insensibilizarlo) con un método indoloro y que mantenga el aturdimiento durante todo el desangrado. Pero hay excepciones: el rito kosher de la comunidad judía y el rito halal de algunas comunidades islámicas. Esos ritos están autorizados y no admiten el aturdimiento. El animal ha de morir desangrado y CON sufrimiento. A Palomera le había tocado morir por el rito kosher. Como al 6% de todos los rumiantes que se matan en Cataluña. El rito halal supone un 12% de los rumiantes sacrificados en Cataluña. Si contamos con los que no se aceptan por fallos en el sacrificio, un 20% de los rumiantes que se sacrifican en Cataluña lo hacen en medio de un sufrimiento inconcebible. Uno de cada cinco. Nadie ha protestado frente a esto…
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P.D.: Al cabo de una semana del sacrificio de Palomera, Jordi Juneda fue a comprar carne a la carnicería de su barrio. Jordi era nacionalista radical y de una Asociación de Defensa de los Animales. Había hecho campaña por la abolición de las corridas de toros. Como era un consumidor muy concienciado, compró carne de Bruna dels Pirineus. Lo que no sabía es que esa era carne de Palomera.
Resulta que la religión judía sólo admite el consumo de las algunas piezas del animal (parte del lomo, de las costillas…) el resto como el solomillo, la cadera… sale a la venta normal, sin ningún distintivo que lo especifique…
Pero Jordi Juneda durmió muy tranquilo. La ignorancia es un gran somnífero.
P.D.: Al cabo de una semana del sacrificio de Palomera, Jordi Juneda fue a comprar carne a la carnicería de su barrio. Jordi era nacionalista radical y de una Asociación de Defensa de los Animales. Había hecho campaña por la abolición de las corridas de toros. Como era un consumidor muy concienciado, compró carne de Bruna dels Pirineus. Lo que no sabía es que esa era carne de Palomera.
Resulta que la religión judía sólo admite el consumo de las algunas piezas del animal (parte del lomo, de las costillas…) el resto como el solomillo, la cadera… sale a la venta normal, sin ningún distintivo que lo especifique…
Pero Jordi Juneda durmió muy tranquilo. La ignorancia es un gran somnífero.