Son
las tres de la mañana y me despierta un pinchazo de dolor. Sólo un pinchazo.
Pero fuerte como para despertarme y dejarme en la cama jadeando. Mal día para
ponerme malo. A las seis de la mañana tengo que llevar a mi hija al autobús
para un viaje.
Me
levanto, poco a poco el dolor se empieza a hacer continuo, aun suave, pero
continuo. Me ducho para ver si así se calma lo suficiente para aguantar un par
de horas y poder llevar a mi hija sin despertar a La Parienta. Esta semana ya
tuvo su ración de acompañarme…
Noto
como el dolor va creciendo, no voy a aguantar. Despierto a mi hija, le digo que
me voy a urgencias, que a la hora de marcharse avise a su madre para que la
lleve. Y sobre todo; que me llame al levantarse, para que yo sepa que me ha
entendido en el diálogo zombi en mitad de su sueño.
Cojo
el coche y me voy a urgencias, calculando cuando llegará el zambombazo fuerte
de dolor. Me salto un par de semáforos por si acaso, aparco pronto y entro en
urgencias. Aún no cojeo.
Me
dan entrada y alta en observación. Viene la médica “¿Del uno al diez cuanto te
duele?” “seis, subiendo a siete”. Llega Nacho, el enfermero. “Nacho, dame
drogas”. Me ponen una vía y me entra la primera dosis…para el dolor, pero no
del todo, pasa un rato y vuelve Nacho “¿Qué tal?” “mejor, pero no ha
desparecido”
Aguanto
un poco mientras va volviendo a subir el dolor, estoy tentado de pulsar el
botón rojo, justo cuando voy a hacerlo llega Nacho, ve mi cara y me pone otro
chute en el gotero.
Llega
el mensaje de mi hija (en el Hospital, en urgencias, no hay cobertura, pero si Wifi,
nos comunicamos por mensajes) “papá me acuerdo de todo, ahora llamaré a mamá,
que te mejores”. Bien.
Aprovecho
para mandar un mail al curro. Estoy fuera de juego, ya os diré algo.
Llega
un mensaje de mi mujer echándome la bronca, por no haberla avisado, pero al
final alguien tenía que llevar a mi hija.
Vuelve
la médica, los análisis están bien. A las ocho de la mañana me llevaran a
rayos. “¿Cómo vas?” “mal, las drogas no están trabajando”, tuerce el gesto.
Llega
La Parienta a eso de las seis y media, me ve con mala cara, se preocupa.
Tranquila, vete a currar, vuelve a mediodía si eso….No está muy convencida,
pero sabe que puede ser largo y es su último día antes de una semana de
vacaciones. La convenzo y se va.
Me
doy cuenta de que el dolor es insoportable. Pulso el botón rojo.
Nacho
me mira. Llama a la médica. “Ya vale, dice, te vamos a poner una bomba
analgésica. Eso calma cualquier dolor, no puedes estar así…otra vez además…la
mala noticia es que hay que esperar. Tienes que aguantar tres horas para poder
ponerte la bomba, aguanta…”
Tres
horas.
Tengo
una espina clavada en la ingle, que avanza hacia la piel alrededor del ombligo
pero que nunca llega, nunca rompe y nunca sale. Avanza sin fin, un mordisco en
las entrañas, cada vez más fuerte. Ahogo con mi brazo los gritos, no puedo
estar tumbado ni de pie. Intento andar, pero me cuesta un mundo mover la pierna
izquierda, me apoyo en los pies de la cama con los antebrazos, el cuerpo
doblado en ángulo recto, e intento controlar las respiraciones. Jadeo, me
ruedan lágrimas por las mejillas.
No
quiero mirar el reloj, no quiero salir de mi compartimento. Intento no pensar,
vaciar la mente. No soy capaz de respirar normal, el dolor centra todo mi
cuerpo. Mi centro de gravedad está entre la ingle y el ombligo. Estoy sólo. No
oigo. No pienso. No quiero que venga nadie, no quiero que me vean así. Miro al
frente, al cabecero de la cama en la penumbra de la noche en la sala de
observación de las urgencias del hospital. El mordisco en las entrañas se
recrudece y me sale un gemido.
Viene
Nacho “¿eres capaz de ir andando?” niego con la cabeza. Me lleva en la silla de
ruedas, me hacen dos placas. Luego vamos al TAC. Tumbado, recto con las piernas
dobladas, una pasada por el láser. Nacho vuelve a aparecer a mi lado. “Te voy a
meter el contraste por vena, ron de Cartagena, acuérdate…”. La oleada de calor
me invade, baja a los genitales y sube al cuello, me deja un sabor metálico en
la boca… El mordisco en las entrañas es insoportable “Nacho déjame levantarme
un momento por favor” digo con voz temblorosa…” imposible, llevas el contraste,
aguanta, sólo diez minutos”
El
dolor esta a punto de traspasar la piel. No quiero llorar, no quiero
gritar…pero de repente sale una catarata de lágrimas y del pecho me sale un
gemido o aullido, en un tono que ni yo me reconozco.
Me
sacan del TAC, una vez acabado, hecho una magdalena, vuelvo llorando a mi cama
de urgencias. La médica mira el informe. “Te quedas ingresado, bomba
analgésica, pasadlo a planta”. Me mira con su mirada dulce e inquisitiva “hazte
cuenta que te quedas todo el fin de semana, a ver qué pasa”
Con
la mano temblorosa pongo un mensaje a La Parienta. Luego dejo caer la cabeza
sobre el brazo y me abandono al dolor, ya no puedo resistirlo y me dejo llevar
en la cama, del box a la habitación, sin sentir nada más que dolor, sin pudor
por llorar, sin pensar. Mi humanidad entera, enorme, se ha reducido a diez
centímetros que van de la ingle al ombligo. Diez centímetros de colmillo de
lobo, diez centímetros de hierro incandescente, diez centímetros de ácido.
De
repente empiezo a recuperar la respiración, veo a Nacho manipulando goteros, ya
no tengo uno, ahora son dos. “Ya estás drogado, ahora bajara el dolor” .
Empieza a moverse todo, “¿Te mareas?” intento afirmar, pero no controlo bien la
cabeza, Nacho asiente y me pone una inyección. “Es normal, con el chute que te
he puesto es normal”. Poco a poco la habitación la cama y yo empezamos a
flotar, todo se vuelve blando como los relojes de Dali. El dolor se ha diluido,
ya no siento nada ahí abajo, o ahí arriba…donde sea…no sé dónde me dolía…
Hace
un par de semanas tuve una piedra en el riñón, que se expulso en dos sesiones,
no en una…fue una semana muy larga…