No hablo de los
países que visito. No pretendo hacer un sesudo estudio de tertuliano por el
simple hecho de haber pasado una semana en un país. Ni mucho menos resolver las
claves de conflictos centenarios con mi visión parcial y momentánea.
Pero si soy
espectador de todos los sitios a donde voy. Si que llego, mor de seguir los
dictados del pollo frito, a mezclarme en el entorno rural y primitivo de cada
uno de los sitios donde estoy. Y convivo con ellos y me mezclo con ellos.
Y me descojono
de risa cuando oigo a exploradores de ropa de marca que van a visitar “la parte
auténtica” de tal o cual país. Porque generalmente, en la parte auténtica de un
país, de cualquier país, no hay nada que visitar y sí que hay calor y moscas y
mierda y polvo. Y a veces hambre.
El moverte en
el entorno rural y primitivo, no sólo te enseña esa cara sucia y fea en los países
del segundo o tercer mundo. Cuando has hecho unos cuantos viajes a países del
primer mundo, esa parte de espectador también te puede llevar a ver imágenes
que no esperabas.
Y entonces
puedes descubrir una parte del país que no sale en las películas ni en las estadísticas.
Y ves una población que viaja, de noche, de gasolinera en gasolinera, de área
de servicio en área de servicio, buscando Wi Fi, para conectarse y mantener la
relación con ese mundo falso y virtual, en el que son como les gustaría ser.
También hay otra
población nocturna, que va de bar en bar y de un club de lap dance a otro. Comprando las
cervezas en las tiendas 24 horas. Matando la soledad a fuerza de billetes
arrojados las barras de baile.
Son
parte de una escoria social que no es pobre. Que no pasa hambre. Pero que
acarrean una miseria interior, una soledad y una tristeza que dan a veces más pena
que los otros.