viernes, 2 de octubre de 2009

Ya no tenemos edad...

Se enamoró de ella en la facultad, cuando ambos eran muy jóvenes. Ella tenía un novio de toda la vida, desde los 15, y él se mordía la lengua para no decirle nada.
A veces cuando nos habíamos tomado unas copas y era noche cerrada me decía “Gonzalo, llévame a su casa” y yo cogía el coche y nos plantábamos debajo de la ventana de ella, sentados en el capó, a fumar y a rumiar sus penas de amor.
Se fue al extranjero un tiempo, para olvidarla, y volvió peor. Al poco de llegar de vuelta, ella se casó con su novio de siempre. Ese día el se bebió todo.
Ahora ella está casada y tiene hijos. El sigue soltero.
El otro día me lo encontré y nos fuimos a cenar. Hablamos, bebimos y acabamos debajo de otra ventana, en otra casa. El había averiguado su nueva dirección.
“Ella cree que es feliz, Gonzalo, pero nadie la amará nunca como yo la habría amado”
Yo, que iba con una cogorza regular, no supe que decirle. Sigo sin saberlo. No sé si es un imbécil o un romántico. No sé si es la historia de un amor o de una obsesión absurda.
Pero creo que ya no estamos en la edad de andar debajo de la ventana de nadie.

martes, 29 de septiembre de 2009

La obediencia debida

Llamada a la puerta del despacho
-¿Me has llamado?
-Pasa fulanito, siéntate.
Tomas aire y le dices todo de golpe, es importante mirarle a la frente, en el nacimiento del pelo, sin tener contacto con sus ojos. Y le dices que debido a la situación nueva que se ha creado, y que debido a la duplicidad de funciones y que tal y que cual. Y sabes que lleva un montón de años en la empresa, que tiene hipoteca e hijos. Sabes eso y te lo tragas. Y te escudas en que no es tu responsabilidad, pero sabes que la empresa está creciendo y da beneficios, a base de pisotear gente eso si. Y hoy es él, mañana puedes ser tú, pero hoy es él el que está ahí, al borde de ese abismo negro y feo.
Y alguno se echa a llorar, otros se cabrean, otros amenazan y otros, los más, se someten.
Y te entra ganas de mandar todo a la mierda y prenderle fuego a la oficina. Y llegas al hotel y la habitación te acusa. Sales con un colega, jodido como tú. Y os bebéis todo. En silencio. Fumáis todo y os cierran los bares, y no te quieres ir, porque sabes que en la oscuridad de la habitación veras sus ojos, porque bajaste la mirada de la linea del flequillo.
Y llegas a casa y no sabes que hacer, y agradeces que tus hijos no estén, a ver si eres capaz de recomponerte un poco.
Que no noten que tienes asco de ti mismo.