Los
matrimonios son para toda la vida. El
divorcio no ha entrado aún en esa cultura arcaica. El matrimonio es para toda
la vida. Pero a veces alguien enviuda, en una edad aún no provecta, y entonces
se crea alrededor del viudo un aura de misterio. Todos miramos y nos
preguntamos qué hará. Si le llorará lo que lo resta de vida, si se mantendrá
fiel a su recuerdo, si decidirá rehacer su vida y en este caso con quién.
Hay quién
recuperaba novios o novias de su primera juventud, hay quien al enviudar, elige
para sus últimos años una solución por interés, que le asegure una vejez
confortable, hay quién rompe con su pasado y se vuelve a emparejar con alguien
completamente opuesto a lo que había sido su pareja…
El Sr. Antonio
enviudó joven, a los cincuenta y pocos. Su mujer murió de una enfermedad rápida.
Casi ni le dio tiempo a enterarse.
En el entierro
lloraba desconsolado. Le vimos sufrir, vestido de luto obligatorio. Y empezamos
a discurrir cual sería su futuro. Pensamos en el censo de solteras de edad a
las que podía pretender. Pensamos también en las posibilidades de darse al
vicio del alcohol y las mujeres de pago…
Luego nos
sentamos a esperar para ver por donde salía…
Sabíamos que
tenía que pasar un tiempo. La memoria de los hombres es breve, pero las convenciones
sociales obligaban a un mínimo de luto antes de entrar de nuevo en la rueda.
El Sr. Antonio,
meses después, fue a preguntarle al hermano de su mujer difunta, su cuñado, que
qué le parecería que entrara otra vez en la rueda. El hermano de la viuda lo
miró y le reconvino recordándole las normas mínimas:
-Hombre, espera
a celebra la misa del primer año de su muerte…
Al poco tiempo,
las campanas tocaron a misa de muertos, celebrábamos el primer aniversario de la
muerte de la mujer del Sr. Antonio.
Hacía nueve
meses que había muerto…