lunes, 30 de septiembre de 2013

Historias de noroeste, 4


Los matrimonios  son para toda la vida. El divorcio no ha entrado aún en esa cultura arcaica. El matrimonio es para toda la vida. Pero a veces alguien enviuda, en una edad aún no provecta, y entonces se crea alrededor del viudo un aura de misterio. Todos miramos y nos preguntamos qué hará. Si le llorará lo que lo resta de vida, si se mantendrá fiel a su recuerdo, si decidirá rehacer su vida y en este caso con quién.

Hay quién recuperaba novios o novias de su primera juventud, hay quien al enviudar, elige para sus últimos años una solución por interés, que le asegure una vejez confortable, hay quién rompe con su pasado y se vuelve a emparejar con alguien completamente opuesto a lo que había sido su pareja…

El Sr. Antonio enviudó joven, a los cincuenta y pocos. Su mujer murió de una enfermedad rápida. Casi ni le dio tiempo a enterarse.

En el entierro lloraba desconsolado. Le vimos sufrir, vestido de luto obligatorio. Y empezamos a discurrir cual sería su futuro. Pensamos en el censo de solteras de edad a las que podía pretender. Pensamos también en las posibilidades de darse al vicio del alcohol y las mujeres de pago…

Luego nos sentamos a esperar para ver por donde salía…

Sabíamos que tenía que pasar un tiempo. La memoria de los hombres es breve, pero las convenciones sociales obligaban a un mínimo de luto antes de entrar de nuevo en la rueda.

El Sr. Antonio, meses después, fue a preguntarle al hermano de su mujer difunta, su cuñado, que qué le parecería que entrara otra vez en la rueda. El hermano de la viuda lo miró y le reconvino recordándole las normas mínimas:

-Hombre, espera a celebra la misa del primer año de su muerte…

Al poco tiempo, las campanas tocaron a misa de muertos, celebrábamos el primer aniversario de la muerte de la mujer del Sr. Antonio.

Hacía nueve meses que había muerto…