Aviso antes de empezar que mi rostro tiende a la redondez. Tengo lo que vulgarmente se conoce como “mofletes”, no siendo exagerados, dotan a mi rostro de un porte juvenil e incrementan mi belleza. (Me doy cuenta ahora que llevo ya varias justificaciones de mi físico en este blog, algún incauto puede pensar que soy feo. Craso error).
Aunque las patillas la compensan algo, esa tendencia al círculo sigue destacando. Esto nunca me molestó, al contrario, era un rasgo de mi personalidad. Hasta el día del puto niño.
Por una extraña casualidad, acabé en un autobús urbano. Vehículo que no suelo frecuentar, por la vagancia propia de los que tenemos coche gratis (del curro). Ese día me subí en el inicio de la línea y esperé a que arrancara.
Justo antes de arrancar, subió una joven madre con un niño en brazos. No hablaba ni andaba, aún vestía de bebé. Unos 7 meses a ojo. Se sentaron justo delante de mí. El cabrón del niño, desde los brazos de su madre, oteo el panorama y se fijó en mí. Normal, no había nadie más en el autobús…
De repente, mientras me mira fijamente, infla los carrillos y contiene la respiración. Como haciéndome la burla. Si llega a tener diez años más le calzo una leche.
Total que arranca el autobús y ahí vamos, la madre feliz sin enterarse, el niño en brazos mirándome y poniéndose rojo brillante y yo pensando en matarlo. En la primera parada (zona de la Universidad), suben unas jovencitas tardo adolescentes con diademas usadas como faldas. Se vienen a la parte de atrás. Me ven. Ven al niño…empiezan a descojonarse…una se meo encima seguro.
Ante las carcajadas, la madre miró a su niño (por fin) y a mí. Se puso tan roja como el hijo de puta que llevaba en brazos y empezó a enseñarle cosas por la ventanilla: “mira, cariño, un coche rojo, mira un perrito, mira un circo, mira el Séptimo de Caballería persiguiendo a los indios…”
El niño no miraba nada. Me miraba a mí y se amorataba. Yo valoraba seriamente que Herodes ha sido mal juzgado por la Historia, sus razones tendría…
Siguió el viaje, gente subiendo, niñas riendo, la madre enseñando de todo por la ventanilla y e cabrón del mico mirándome con los mofletes inflados. Cada uno que subía, marujas, viejas, currantes, pintas…veía la situación y aumentaba el jolgorio, el descojono era ya generalizado.
En la cuarta parada (faltaban seis para la mía) me levanté muy digno y me bajé.
Espero que el chaval muriera asfixiado.
Aunque las patillas la compensan algo, esa tendencia al círculo sigue destacando. Esto nunca me molestó, al contrario, era un rasgo de mi personalidad. Hasta el día del puto niño.
Por una extraña casualidad, acabé en un autobús urbano. Vehículo que no suelo frecuentar, por la vagancia propia de los que tenemos coche gratis (del curro). Ese día me subí en el inicio de la línea y esperé a que arrancara.
Justo antes de arrancar, subió una joven madre con un niño en brazos. No hablaba ni andaba, aún vestía de bebé. Unos 7 meses a ojo. Se sentaron justo delante de mí. El cabrón del niño, desde los brazos de su madre, oteo el panorama y se fijó en mí. Normal, no había nadie más en el autobús…
De repente, mientras me mira fijamente, infla los carrillos y contiene la respiración. Como haciéndome la burla. Si llega a tener diez años más le calzo una leche.
Total que arranca el autobús y ahí vamos, la madre feliz sin enterarse, el niño en brazos mirándome y poniéndose rojo brillante y yo pensando en matarlo. En la primera parada (zona de la Universidad), suben unas jovencitas tardo adolescentes con diademas usadas como faldas. Se vienen a la parte de atrás. Me ven. Ven al niño…empiezan a descojonarse…una se meo encima seguro.
Ante las carcajadas, la madre miró a su niño (por fin) y a mí. Se puso tan roja como el hijo de puta que llevaba en brazos y empezó a enseñarle cosas por la ventanilla: “mira, cariño, un coche rojo, mira un perrito, mira un circo, mira el Séptimo de Caballería persiguiendo a los indios…”
El niño no miraba nada. Me miraba a mí y se amorataba. Yo valoraba seriamente que Herodes ha sido mal juzgado por la Historia, sus razones tendría…
Siguió el viaje, gente subiendo, niñas riendo, la madre enseñando de todo por la ventanilla y e cabrón del mico mirándome con los mofletes inflados. Cada uno que subía, marujas, viejas, currantes, pintas…veía la situación y aumentaba el jolgorio, el descojono era ya generalizado.
En la cuarta parada (faltaban seis para la mía) me levanté muy digno y me bajé.
Espero que el chaval muriera asfixiado.