A
poco que te esfuerces, sólo con un poquito de atención y empatía, puedes llegar
a conocer historias alucinantes. Vivimos en un mundo globalizado donde tu
vecino del tercero puede tener una historia que no desmerecería en una
película. Hay que saber preguntar. Y saber escuchar…
Dimitri
nació en la Unión Soviética. En la Ucrania de la que era originaria su familia,
desde antes de que fuera la Unión Soviética. Sus padres eran maestros, los dos.
Estaban titulados y tenían buena reputación. Por eso el gobierno de Moscú les
dio una oportunidad. Algo que sólo se ofrecía a gente muy buena.
Irse
a dar clase a Sajá.
Sajá
es la última parte de Siberia. Algo así como el fin del mundo. En invierno hay
-40º y en verano +40º. Lo peor de lo peor. Pero el gobierno soviético tenía la
responsabilidad de enviar allí a funcionarios para todo: maestros, médicos,
policías…Así que a los funcionarios jóvenes y válidos les ofrecía ir. A cambio,
además de un buen sueldo les ofrecía un incentivo: cada año trabajado allí te
contaba cómo año y medio cotizado. A efectos de jubilación y de muchas otras
cosas en la Unión Soviética, pasar allí unos años te garantizaba bienestar en
el futuro…
Así
que los padres de Dimitri hicieron cuentas y decidieron irse. Dimitri pasó allí
desde los 8 a los 18 años. Cuenta historias de aquella época y alucinas. El
avión de suministros llegaba por última vez en Octubre, hasta Mayo no volvía a
haber comunicación con el resto del mundo…Las casas se dejaban abiertas, para
ir de una parte de la ciudad a otra, cada diez minutos o así, con el aire a
-30º tenías que meterte en la primera casa que hubiera…
Y
en verano, cuenta, “mosquitos como gorriones”, bandadas que caían sobre un
cordero en el campo y podían matarlo en segundos. Humedad y tierra pantanosa.
Sólo habitada por mineros y funcionarios.
Los
padres de Dimitri habían contado con volverse a Kiev, jubilarse mientras su
hijo estaba en la universidad... Y así lo hicieron. A los 18 años de Dimitri se
volvieron a Kiev.
Con
la mala suerte de que ese año se desmoronó la Unión Soviética.
Cuando
fueron a presentar sus papeles al ministerio de educación ucraniano, les
comentaron que no es que no les reconocieran el año y medio por año, no. Es que
los 10 años trabajados en Sajá no eran en Ucrania, así que no contaban, y si
querían jubilarse…les faltaban unos pocos, no tan pocos, años de trabajo.
Los
padres de Dimitri se pusieron a trabajar. Dimitri empezó ingeniería. Pero para
poder pagarse la carrera (porque a sus padres les destinaron/castigaron a un
pueblo de mala muerte, y la universidad estaba en Kiev), se puso a trabajar de
taxista.
El
negocio del taxi, en la Kiev recién liberada de la opresión comunista, estaba
en manos de la mafia ultranacionalista (cuyos jefes, por cierto, eran los
mismos que antes eran jefes comunistas). Dimitri empezó como un trabajador
normal. Pero era listo y con estudios. Y empezó a ascender. El problema es que
en el mundo del taxi no hay muchos ascensos, pero en el de la mafia sí.
Dimitri,
que por entonces tenía a su novia estudiando económicas, se sentó y calculo con
ella. Quedarse, y vivir en Ucrania y en la mafia o irse. Y a ver que salía. El
plan para irse no era fácil. Su novia tenía una prima en España. Así que
salieron en las siguientes navidades para ir a ver a la novia de su prima en
Madrid. Eso es lo que dijeron a todo el mundo y lo que iban a hacer.
Con
la salvedad de que al acabar la visita a la prima no pensaban volver.
Pasaron
todas las fronteras y aduanas sin mucha dificultad, poco equipaje, poco dinero,
billete de vuelta, datos de la prima… Todo fue muy bien hasta la estación de
tren. Cuando llegaron a la estación de tren de una ciudad española, estaba
cerrada. Y el tren a Madrid no salía hasta las 6 de la mañana. Se dispusieron a
pasar la noche esperando en la puerta. No hacía mucho frío, y ellos no hablaban
español ni se fiaban de ir a un hotel o coger un taxi. Mejor esperar en la
puerta de la estación. Charlando y haciendo planes de futuro.
A
eso de las dos de la mañana llego un coche muy grande y muy negro. Se bajó un
hombre que se dirigió a ellos. Antes de que llegara Dimitri ya sintió un
escalofrío. Se acercó y les habló en ucraniano.
Les
dijo que eso de entrar en España no era así, que tenían que pagarles a ellos,
1000€ por ella, 500€ por él. Que no se entraba así desde Ucrania, que ellos
mandaban en Ucrania y en los ucranianos. Estuvieran donde estuvieran.
Dimitri
tragó saliva. Y les plantó cara. Se apartó de su novia, llevando con él al
visitante y le habló muy claro. Le dijo que venían de Ucrania para evitar cosas
así. Y que no tenían dinero, que si lo tuvieran tampoco iba a pagar. Porque no
se había venido al fin del mundo para vivir con el mismo miedo y el mismo
chantaje.
El
visitante asimiló la información y los miró. Luego se alejo diciendo algo de
que no llegarían a ver amanecer. Que pasaría con unos amigos en un rato a ver
si se lo habían pensado mejor y que se podían estudiar formas de pago…
Pero,
a veces, en este mundo endemoniado, las cosas salen bien y ganan los buenos. El
vigilante de la estación abrió la misma y llamó a Dimitri. Les hizo pasar
dentro. Una vez allí les informó que estaba colaborando con la policía para detener
a los mafiosos ucranianos que extorsionaban a los compatriotas recién llegados.
Que si colaboraban tendrían protección.
Dimitri
llegó a un acuerdo con la policía, que en unas horas detuvo a los
extorsionadores cuando volvían a visitarle. A cambio de su declaración, le
ofrecieron permiso de residencia y trabajo en alguna ciudad española tranquila,
sin muchos ucranianos…
Hace
años que Dimitri vive en Vetusta. Su mujer dirige una sucursal bancaria y él es
ingeniero de una empresa de montajes industriales. Tienen una hija, un piso, un
coche. Tienen una vida normal y feliz.
Y
la gente pasa por su lado y no se puede imaginar su odisea.
Y
yo me alegré de que fuéramos un país de acogida cuando me contó su historia.
Porque hay gente que se merece una oportunidad.
Te van a localizar y quitarte los pelos del sobaco uno a uno.
ResponderEliminarMe ha gutao la historia.
¿Y el vigilante de la estación de tren sabía hablar ucraniano para explicarles toda la movida? jajaja Bien contado ;p
ResponderEliminarEl truco está en escuchar.La primera mujer que cuidaba a mi hija cuando yo iba a trabajar era una abogada ucraniana y su historia también era un drama.La realidad siempre supera a la ficción.Y todos los "Adus" que aquí están trabajando en el campo.
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