Había niebla. La niebla no era agradable y menos con el uniforme de húsar. Las charreteras y el capotillo, el tejido adamascado y el morrión no ayudaban a combatir la humedad ni el frío. Pero quedaban bien. El uniforme de húsar de Pavía era de los que más miradas y admiración atraía.
El teniente Viveiró contuvo un escalofrío. Se recolocó el sable de caballería y apresto el fusil. Oía un galope antes de ver nada en medio de la niebla. A pocos pasos su caballo resoplaba sobre la hierba húmeda, intentando encontrar algo que comer. Era un buen animal. Ya casi no se asustaba en los fusilamientos.
Porque en aquellos tiempos, una cita a esas horas de la mañana era seguro para un fusilamiento. En tiempos turbios ir a aquel prado a aquellas horas no tenía otro motivo. El teniente Viveiró había vivido ya varios, en los últimos meses. Algunos mandando el pelotón y otros simplemente como testigo. No le gustaba. Ni entendía los motivos ni veía justicia en aquello. En muchos casos veía sólo injusticia y descaradas venganzas personales. Pero el era un soldado. Obedecía. Y si no le gustaba luego se desahogaba en la cantina....
El galope se acortó y entre la niebla vio a su compañero, el teniente Daoiz, con el comandante de su escuadrón. La presencia del comandante le hizo inquietarse. La norma en el ejercito español obligaba a que hubiera dos grados de separación entre el ajusticiado y su juez ejecutor.
Antes de poder pensar lo que pasaba escuchó la voz del comandante que habló mientras desmontaba:
-Teniente Viveiró, sabe como va esto. No es personal, ni yo se porque le han montado esta ejecu...juicio sumarísimo. Ni lo sé ni me importa. Pero seamos profesionales. Lo vamos a hacer bien, sin pelotón, solo con su compañero Daoiz. Muera como un soldado. Su final no trascenderá de aquí. Le daremos por muerto en combate...
El Teniente Viveiró había empezado a buscar salida antes de que el comandante dijera la tercera frase. Pensaba mucho y rápido. No le daba tiempo a huir. Habían dejado sus caballos entre él y el suyo.Quizá por casualidad.
La niebla era densa...
El teniente Viveiró pensaba mucho y muy rápido mientras entregaba su fusil. Conservó el sable después de interrogar al comandante con la mirada. Y empezó a caminar los cincuenta pasos reglamentarios...alargando la zancada todo lo posible, sin que se notara que andaba diferente a lo que sería el paso de maniobra normal.
Calculó que había conseguido distancia suficiente cuando se dio la vuelta para mirar a Daoiz. Éste, acababa de cargar el fusil, se lo encaró y esperó la orden.
El comandante había valorado su silencio. Le había dejado el sable para que muriera como un caballero. Y tuvo el detalle de hacer un fusilamiento reglamentario. Saco su propio sable y tras adelantarse unos pasos, lo mantuvo en el aire, firme. la bajada del sable fue la señal para que Daoiz disparara. Pero justo al notar el primer indicio de movimiento en el sable, el teniente Viveiro se dejó caer hacia atrás. Cual si hubiera sido victima de un certero escopetazo.
Calló al suelo y respiro despacio, No notaba ningún dolor, Creía que estaba ileso. Pero no podía palparse. Tenía que permanecer quieto, muy quieto, mientras Daoiz se acercaba a darle el tiro de gracia. Daoiz iba andando tranquilamente. Recargando su fusil y meditando cuanto tardaría él en caer como el otro o las posibilidades que tenía de lograr un despacho de capitán.
Cuando Viveiró vio al otro casi encima y ya montando el arma actúo.
Casi sin moverse desplegó lo justo el brazo y sacó la Derringer, la bendita Derringer comprada fuera del escuadrón, que tantas veces le había salvado en refriegas absurdas como esta. Mientras desde el suelo apuntaba justamente a los testículos de Daoiz le susurro:
-Daoiz, colega. Hoy soy yo mañana puedes ser tu. No es nada personal pero hemos sido colegas. Hemos luchado juntos y nos caíamos bien. Vale no somos amigos. Pero tampoco me alegraría de tu muerte. Así que estampa el tiro de gracia a unos palmos de mi cara. El comandante desde allí no te ve. Hoy por ti y mañana por mi. Te juro que no me vuelve a ver nadie por aquí. Y si me apuntas a la cabeza o si gritas o dices algo te desencajo un tiro en los cojones. Que no te matará no, pero ya veras que mierda es la vida sin cojones....
Lo dijo todo seguido, sin respirar...
El otro hizo como que repasaba el fusil, muy pálido y con una mirada extraña. Dejó pasar unos segundos y apuntó. Tomo los puntos a unos hierbajos a dos palmos de la cara del teniente Viveiró y soltó el tiro.
El sonido dejo sordo a Viveiró. Miro al otro con agradecimiento para ver como le sonreía y le guiñaba un ojo. Luego se dio la vuelta y empezó a andar para volver con el comandante.
Viveiró quedo varias horas allí tendido, recuperando el oído, la calma y muerto de miedo, por suerte sólo de miedo, por si se acercaba alguien.
Cuando estimó el tiempo suficiente se levantó. Se recompuso el uniforme y se encaminó hacia la academia de marina. Seguro que había vacantes para un buen soldado como él...
Y así niños y niñas es más o menos como sucedió un cambio de curro no planeado durante este mes...
Pero, pero, pero, pero....
ResponderEliminarMe encanta como lo escribes. He pensado un montón casos que te pueden haber sucedido siguiendo tu relato. En la academia de escritores también seguro hay un puesto para ti...
ResponderEliminarPues si ya tienes curro nuevo...no ha habido tiempo para grandes lamentaciones.
ResponderEliminarHacerse el muerto para sobrevivir, un clásico que siempre funciona. Bien contado.
ResponderEliminar