viernes, 22 de mayo de 2009

El día que dormí bien

Entonces dirigía un equipo de seis personas, seis tiburones hambrientos que mataban para cerrar una venta. Jóvenes y no tan jóvenes a los que en la universidad sólo les habían disimulado un poco el instinto de supervivencia que les hacia ser agresivos como pocos. Unos fieras seleccionados para ser así. J.D. era la estrella del grupo. Sin formación pero con más inteligencia y habilidad que muchos de sus jefes (yo incluido), tenía un contrato especial que incluía un sueldo como nadie de su nivel y más vacaciones de las que quería. A cambio llevaba la zona de más responsabilidad y clave en los resultados.
Aquel día yo iba en el coche de otro de mis subordinados, soportando los pormenores de su divorcio traumático, haciendo como que le escuchaba para así obligarle a seguir trabajando. Era pronto por la mañana y me llamó J.D.:
-“Hola J, dime
-Gonzalo, que me voy
-Vale, dime a dónde y cuantos días ¿dejas algo urgente?
-No, coño, que me voy de la empresa
-¿Queeeeeeeeeeee?
-Me voy, tengo una oferta y me voy”
Le rogué que me dejara hablar con él y quedamos para comer juntos ese mismo día. Me hice 400 Km, pensando en cómo atar a ese hijo puta, a la vez llamaba a los jefes, los de administración y la distribución de su zona para empezar a recopilar datos, sus clientes, las ventas, dónde hacía las visitas, con quien…comprobando que tuviéramos la información. Mi jefe fue especialmente comprensivo:
-“Pues…si se te va J.D., lo más fácil es que pidan tu cabeza, por no tenerlo contento. Y si no la piden da igual, porque si se va el presupuesto del año no lo alcanzas ni de coña. O sea que te van a dar. Pero bueno, cuenta conmigo para lo que quieras…”
Creo que le di un puñetazo al salpicadero cada 20 Km más o menos…Al fin llegué:
“-J, que coño pasa ¿Dónde te vas?
-Me voy
-Pero ¿qué ha pasado?
-El otro día en la reunión – yo les reunía una vez al mes – me echaste la bronca delante de todo el mundo
-¿Y?
-El mes anterior a C.B. le cogiste aparte y le echaste la bronca al él sólo, sin que os oyera nadie…
-Vamos a ver, J, alma de cántaro. Tu llevas en este negocio doce años, sabes cómo va esto. C.B. es una chavalito recién salido de la facultad, si le echo esa bronca en público se caga por la pata abajo y no vuelve a currar en un año. Tu estas curtido y sabes cuando una bronca es importante y cuando una chorrada. Además sabes que como eres mayor que yo y te respetan, si te pego una bronca reafirmo mi autoridad cojones, que me lo explicaste tu…
-Ya pero no quiero que me riñas tanto en público…
-Vale, y si no te riño ¿no te vas?
-Pues no…”
El viaje de vuelta fui jurando en hebreo del infantilismo de un tío con más mili que el Cetme. Acordándome de todos sus muertos porque me estaba destrozando la espalda (800 Km entre ir y volver) por culpa de su necesidad de afecto, cagándome en todo porque me había retrasado el trabajo un montón…
Pero esa noche dormí de un tirón.

lunes, 18 de mayo de 2009

Uno de los mejores colegas que tuve

La humanidad de G.A. le cabía en el cuerpo sobradamente porque era grande como una torre. En sus tiempos de facultad ganaba pasta haciendo mudanzas los fines de semana. Eso, como algunos sacramentos, imprime carácter. Recuerdo de él dos cosas : su capacidad docente y sus barbaridades.

De su capacidad docente da fe lo mucho que aprendimos quienes lo tuvimos de compañero. Era capaz de explicar los conceptos más complejos de forma sencilla, que la entendías tú y el camarero del bar donde te lo explicaba. Además intercalaba exabruptos constantes acerca de la “ciencia establecida” que te hacían aún más atractiva la explicación.

Sus barbaridades darían para escribir un libro. Atravesó una cristalera en la República Dominicana como si fuera un ciclón. Al preguntarle confesó que estaba borracho y apuntó al hueco, embistió…y se desvió por metro y medio.

Otro día, merendábamos en Arévalo (un kilo de jamón y media botella de vino, su merienda habitual) y la conversación trataba acerca de los incendios forestales, sobre si eran fortuitos o provocados. No llegábamos a un acuerdo y en mitad de la discusión se levantó y se fue.
Estuve hora y media esperando.
Cuando me empezaba a preocupar llegó, sucio y sudoroso. “Los incendios son provocados ¡joder!”. Le pregunté el por qué de esa seguridad repentina: “¿Ves ese pinar de ahí?, llevo una hora intentando prenderle fuego. Sin gasolina o algo así es imposible. Así que deben ser provocados porque no es fácil quemar un bosque…”

Tenía cosas así…

Otra vez en La Alcarria, en cierto pueblo, recordé el pasaje del libro de Cela en que comentaba como un pastor se cepillaba a una oveja. “Eso es mentira, Cela no vio eso, se lo inventó”.
“-Pero hombre G ¿cómo estás tan seguro?
-Sólo hay dos formas de tirarse a una oveja. O la pones contra un precipicio y al empujar tú, empuja hacia atrás ella, o bien le pones las botas de andar por la granja en las patas de adelante, le levantas las de detrás y cómo resbalará dentro de las botas, empujará hacia atrás
-¿Y tu como sabes eso?
-….”

Nunca nos lo explicó.

Siempre presumió de rural y de “vivir en medio de los campos” en su casa de mitad de la meseta. Ahora lo ha fichado, como fichaje estrella, una multinacional estadounidense. Lo vi el otro día, en un edificio de una de esas ciudades de oficinas en el entorno de Madrid. La corbata quedaba minúscula en su cuello de toro. Se ha afeitado la barba y vuelve a fumar. Nos reímos de que ahora tenía un despacho y secretaria. Ya no sale de la oficina. Gana una pasta.

Ya no merienda, tomamos un café, tenía la mirada triste…