martes, 28 de diciembre de 2010

El tiempo, que todo lo cura

Al hilo de haber descubierto que Di no tenía un pasado oscuro, sino más bien un poco así como beige que queda monísimo, me ha dado por pensar en lo que eran los niños pijos de nuestra juventud más tierna.
Fue un concepto que nunca tuve demasiado claro. Y eso que frecuentábamos ambientes que eran templos del pijerio. Pero uno, que tiene una vida muy amplia, con el tiempo descubrió que, en el fondo, las normas y los códigos existían en todos los ambientes. Es decir que podían ponerte verde por llevar unos castellanos como calzado habitual. Pero los que lo hacían no dejaban de remarcar otros códigos y, muchas veces, otras marcas.
En el fondo todo eran tribus.
De repente a un grupo le daba por levar la camiseta de manga corta, con lemas progretas baratos, por encima de una de manga larga. Y eso era tan sagrado como llevar un jersey de rombos de Privata.
Pero había presuntos pijos que eran gente que valía un montón, que tenia inquietudes...y había presuntos "progres" o "alternativos" o lo que fuera, que no eran más que aborregados de uniforme.
Los hippies de Woodstock pasaron a ser los grandes magnates de Wall Street. Igual le ha pasado a todo el mundo. Recuerdo una compañera de la facultad, escandalizada permanentemente por los castellanos con borlas de un amiguete mío. Hoy ella, con todos sus ideales y su "cultureta" de progresía trabaja de Product Manager en una super multinacional estadounidense...
Eran poses. Todo eran poses. Deseos adolescentes de sentirse integrado en un ambiente. En cualquiera, en el que te tocara. El tiempo sólo ha dejado dos diferencias: los ricos y los currantes. Los que eran hijos de papá y tienen la vida resuelta, y los que nos tenemos que ganar la hipoteca con el curro. Pero no nos equivoquemos, que no todos los niños bien hijos de papá militaban en el pijerio. Ni de lejos. Hubo un pueblo okupado (así con k) en el Pirineo que ibas a verlo y daba vértigo. Allí todos llevaban rastas y hacían vida de comuna...pero ninguno llevaba un coche de más de tres años y casi todos alemanes buenos.
Con el paso del tiempo, los que nunca nos identificamos especialmente con nadie, nos reímos. Pero, a veces, cuando te encuentras en el gimnasio a un progreta de la época, que ha dejado su todo terreno en segunda fila y además le viene a buscar el del banco para tomar café, te dan ganas de darle un capón y decirle "lo ves, capullo, ves como eras un pringado..."