martes, 4 de marzo de 2014

El final


Agonizas.

Tenias que haber muerto hace unos meses. Te despertaste en la UCI, sondado y con máscara:

-¿No me he muerto?

-No               

-Lástima, que buena ocasión de morirme.

Si, hubiera sido una gran ocasión. Pero se te negó esa suerte. Así que ahora agonizas, durante semanas largas, eternas, te vas deslizando hacia la muerte. Sabes que vas a morir. Hablamos de ello, de cómo crees que será y de lo que pasará. Tienes miedo: “al final uno nace y muere sólo”.

Se te hacen largas las tardes, eternas. Recitas a Machado: “para descansar dormir, no pensar, no sentir. Para descansar morir”. Esperas la muerte. También recitas, de memoria el libro de Job.  A veces, dos días a la semana,  paso a verte. Y consigo que me hables y me cuentes historias:

-Cuéntame cuando Madrid se te quedo pequeño.

Y cuentas, con una memoria prodigiosa, sucesos de hace más de 60 años. Con fechas, nombres y apellidos.

-Cuéntame una imagen de cuando eras pequeño.

Y cuentas como te escapaste del refugio de pequeño, en la guerra, para subir a la torre del castillo de tu pueblo y, así, ver a la guardia mora avanzando hacia ti, a caballo. La mejor partida de moros y cristianos que jugaste nunca.

-Cuéntame tu viaje preferido.

Y cuentas y te ríes. Si, te has reído un par de veces.

Otros días no puedes hablar, escuchas mientras intentas no ahogarte.

Y un día nos hartamos, los dos, y te cojo con la sonda y la bolsa y todo y te subo al coche nuevo para dar un paseo.

-¿Y si me muero?

-¿Qué?

-Tienes razón.

Salimos de paseo en coche, un par de veces. Te intente llevar a un bar. “Otro día” dijiste.

Tuviste la tranquilidad de dejar preparado tu entierro.

Fuiste trampeando los días. Sobreviviendo y contando historias.

Al final te has muerto. Porque tenías que morirte ya. Porque ya no aguantabas más. Porque querías morir.

Coño, papá, pero aún te faltaba de contar un par de historias más. Te fuiste sin acabarlas.