-Y tendremos que ponerte un coche…
Cuando oyes decir eso al Director Comercial, o al Gerente o al que toca, te entra un cierto cosquilleo, un regustillo. Los coches de empresa tienen algo.
La verdad es que cuando te ponen coche de empresa no es más que porque te van a hacer usarlo, pero a todos nos hace sentir importantes. Tengo grandes recuerdos de todos los que he tenido. Incluso de un Megane que fue una patata.
Luego vienen las manías. Cuando te pasas horas en el coche, todos los días, acabas creando una especie de microcosmos que no debe alterarse. Yo llevo en el quitasol un boli. El mismo desde hace años. Creo que ya no escribe, pero que nadie me lo toque. Un día, si por ejemplo se sube la parienta y cambia de sitio la funda de los CD ´s… Ya no vas tranquilo hasta que vuelves a ponerla en su sitio.
Cuando algún compañero/cliente/lo que sea se sube a hacer un viaje contigo, se crea una relación especial. En un coche vas muy cerca de otra persona pero sin mirarla. Yo eso lo aprendí dándome una chufa con mi primer coche por mirar a la que iba al lado. Total que las conversaciones pueden llegar a ser interesantes. Se crea un ambiente como de consulta de psiquiatra, tú hablas sin mirar a nadie…
Con D.Z. que es judío, tuve interesantísimas y profundas conversaciones sobre moral, religión… Con C.J. llegamos a contarnos intimidades que nos hacían avergonzarnos al bajar y mirarnos. Viví dos divorcios de subordinados contados al amparo de un parabrisas.
Luego también hay plastas, hay tíos planos que los llevas 5 horas y son incapaces de profundizar más allá del tiempo y el tráfico. J.M. era un ejemplo de esto.
En un coche de empresa, viajas, hablas por teléfono, oyes música (inolvidable Laguna, el primero con MP3, horas de canciones seleccionadas) y también duermes siestas, te aburres, lees, ves llover… Y piensas, piensas muchísimo. Uno de los grandes requisitos para poder llevarlo es saber con qué llenar horas de soledad.
lunes, 19 de enero de 2009
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